domingo, 24 de octubre de 2010

No Tiene Porque Ser Igual que la Flor

“Todos los hombres sueñan pero no igualmente.

Los que sueñan de noche en la polvorienta alcoba de su mente,

despiertan de día para ver que fue vanidad.

Pero los soñadores del día, son hombres peligrosos,

porque podrían convertir sus sueños en realidad con los ojos abiertos.

Eso lo hice yo.”

T. LAWRENCE

Algún día el amor volverá a ser igual que la flor, los astros retomarán su reino y la alegría habrá de sustituir al cielo.

Seremos nuevamente nosotros, iguales descendientes íntimos de los peces, de las aguas, de la fronda de los árboles ,de la pureza de los vientos, porque cada generación tiene su sueño y cada individuo su dignidad de vivir.

Mas, quien va muriendo en este mundo social sin ir justificando lo justo por lo que vive merece la violencia del partir.

Este tiempo reclama, vamos casi en lo tardío, aún a construir lo que nos está dado. Ya no sentimos un país que nos pertenezca ni que pertenezcamos a un país. Hasta nos han quitado el dolor de patria y la nostalgia que evoca el juego limpio y la palabra juntos que nos lindaron nuestros antiguos, otrora sepultados con ironía, hoy de fiesta por 500 años de morir.

Apátridas y solitarios, sin tierra y con musgo en el camino desandamos, levantando apenas la voz de vez en cuando para contrariar la incertidumbre, resistiendo en cada acto creador por compañía para ondear que aún estamos vivos, postergando la angustia en cada abrazo, tranquilizándonos en cada beso, insistiendo creer en el venir cada vez que atisba lo posible.

Presentimos que nos han desolado hasta el sacrificio por un fervor distinto, y poco va quedando de lo que fue geografía del cuerpo de este país: han borrado los ríos por dinero, han acribillado el vuelo por placer, han enturbiado el aire por progreso y bordeamos cercanos la perspectiva de que pronto para congraciarse nos taparán el cielo, negándonos el don de acompañarnos cara a las estrellas.

Qué defender, el resurgir del sentimiento por las cosas más sencillas o una nación abstracta que no nos incorpora como parte de lo esencial. Y en la oscilante duda, el miedo por decreto y la pasiva mirada personal, equivocados esperamos la esperanza. Pero es extravío creer que vendrá lo que no estamos hilvanando. No hay probabilidad de que acontezca lo justo si no conducimos ni siquiera el azar.

Cada generación tiene un sueño: el de mantener digno el espacio donde le tocó vivir. Cada individuo transpira una responsabilidad colectiva como proyecto de vida: que el sueño generacional avance en la cuota que le corresponde por encima de todos los atavíos. A sabienda que lo que deje de hacer por este amor lo sumará en desaliento porque toda sociedad infeliz es posible, gracias a aquellos hombres que abandonaron los sueños por los que otros alcanzaron a morir.

Y cuando un país se enferma de estos agravios, la amistad y la verdad de adentro también. Para entonces un amor que no se incorpore no tiene porque ser igual que la flor.

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