domingo, 24 de octubre de 2010

Estas Instituciones no me Sirven

Juan Pablo Rodríguez


El estado y todas sus instituciones son creación del ser humano, ninguna debe colocarse o estar por encima de las personas, ni ser lo más importante. Tampoco ningún ser humano puede estar por encima de los pájaros, los árboles, las nubes, los mares, los ríos; ni ser más importante que las huellas de los tiempos. Nada, ni nadie por sí solo, debe considerarse lo más importante. Todo en red (incluyéndonos nosotros) si es importante.

La idea del poder es extraña a la idea de la política en función de la búsqueda de la felicidad de la comunidad socializada. En algún momento caímos en la trampa de las tácticas y estrategias con fines de la conservación del poder, utilizando al Estado. El Estado se volvió un instrumento todopoderoso ante el cual han de rendirse todos los seres humanos. Lo convertimos en la medida y en el árbitro de toda nuestra vida natural y social.

El poder, que como idea y práctica está asociado a la política, también es una hechura humana.

El poder es perjudicial a las nociones de igualdad y justicia. El poder discrimina, humilla, somete, excluye. El poder ayuda al mantenimiento de las desigualdades en todas las instituciones que lo sostienen. El médico en la consulta de un hospital razona su poder de esta manera: “Hoy no hay consulta, mañana sí. Estamos en paro”. El policía deposita en mi cuerpo toda la carga de su arma de reglamento para que el gobierno y el Estado duerman tranquilos. El poder impone el juego de la alternancia democrática y reconoce las elecciones como mecanismo único de legimitación popular. Con tiza, borrador y pizarrón, las maestras y maestros imponen su poder en la escuela.

El juez aplica la justicia y la legalidad según sea el poder adquisitivo del cliente. Los jefes de los partidos políticos nos imponen el poder de la democracia representativa. El dueño de la fábrica amparado en su poder económico decide cuánto vale mi fuerza de trabajo. El poder de los dueños de los medios de información me impone lo que debo ver, oír y leer. Utilizando el poder, en cualquier reunión o asamblea, me imponen “la agenda del día” o mejor dicho, qué es lo que debo hablar. El autobusero y el camionetero se valen del poder para cobrarme un pasaje por montarme en sus destartaladas unidades de transporte público e imponerme el alto volumen de su música estridente. A punta de gritos, regaños y coñazos, ejercen los padres el poder familiar.

Pero quienes utilizan el poder enmudecen ante las empresas transnacionales, balbucean ante los reclamos del pueblo, se paralizan ante los depredadores de la naturaleza y con obediencia absoluta se arrodillan ante el FMI, BID y BM. Si los cuerpos expulsan los elementos extraños cuando perjudican, también como pueblo sabio, encontraremos el remedio que nos salve de las crueldades del poder.

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