domingo, 24 de octubre de 2010

El Cayapo Interior

Beltrán Ballesteros Bericote

Después de los ratones miserables, en los cuales acaban nuestras conversas y parrandas, predichos por el profeta del chimó, Gino González, he sospechado (discutido o conversado a veces) que gran parte de lo intangible en nuestras conductas no radica en vidas pasadas, reencarnaciones, genes o karmas presuntos o confesos, sino en cuánta cantidad de vida y largo de cabuya le damos a nuestro Cayapo interior.

Lo declaro así, porque El Cayapo, este ser de la apertura sin tiempo y la soledad feliz, es un símil de lo que cohabita con nuestras vísceras mientras transcurre nuestro cuerpo por este planeta; El Cayapo interno representa todo aquello que siempre nos impele a la humildad sin poderes, manteniendo la existencia en una totalidad cósmica y única, y nos causa placeres exentos de culpa. Así es: hay un Cayapo interior en cada uno de nosotros cuando nacemos.

Nuestro Cayapo interior se fortalece en la medida que adquirimos conciencia de las estructuras de poder y producción en las que nuestro devenir cotidiano se desarrolla, y se envenena cuando perdemos las pistas del corazón, y la humanidad se torna un hecho estadístico o político, sujeto y blanco de conceptos como error, ganancia, pérdida, desperdicio, rebaño o recluta. Puede presentarse en el transcurso de un paraje particular, una música, una pareja o sencillamente en lágrimas sin nostalgias añejadas, porque toda nostalgia es una trampa del sistema, que nos hace no confiar en lo que vendrá, que te hace feliz por cuotas vencidas y te evita que la próxima aún no es merecida ni esté contemplada en tu contrato con la sociedad, llámese este convención colectiva, matrimonio, seguro o dividendos del capital.

Los signos del Cayapo interior son muchísimos: se descubre en medio de una arrechera gritándose a sí mismo por qué este sistema de porquería lo ata, lo condena y lo maldice; es miseria surcada en acetato de rocolas, transportado por los efluvios jipatos del aguardiente; es el aguardiente y sus efectos de conversa y reversa; es la risa compartida con compañeros separados en el espacio y unidos en el afecto, es un mandar al carajo todas las responsabilidades y dejar sin rumbo a la rutina; es saberse sencillo, sin lastre y exento de condiciones previas; es no usar condón; es no mentirse por afectos; es darse cuenta que toda propuesta es un sistema y su encunetamiento posterior; es no creerse grúa para remolcarle ningún encunetamiento a nadie; es; saber que todas las mojigaterías, disimulos y clandestinidades fueron creados pera entrampar el Cayapo interno, pensadas por tahúres impostores de un poder que nunca se les dio; es declarar vida a los cuatro vientos y vislumbrar muerte a todas las horas. En fin, tu Cayapo interior la expresión de la multiplicidad y enumerarlo aquí sería una encerrona chueca e innecesaria.

El Cayapo interno no es inmortal, como lo pregonan otros acerca de las almas y no precisa de ningún recurso de salvación ni sistemas místicos que lo encarrilen para el más allá; puesto que lo postrero de su devenir será sólo haber hecho lo que hizo en su tiempo. Para El Cayapo el concepto de más allá no es válido. Lo más parecido sería (pero no es tampoco) el más acá: la cercanía del afecto, los placeres, en suma: la vida. Pero así como una amputación puede dejar a un cuerpo incompleto, el ser humano devendría en cáscara vacía si se le matase El Cayapo que lo habita. Sé que hay gente que lo tiene muerto y sin embargo razonan, piensan, planean, dicen crear y hasta sentir, pero manejan únicamente una coraza verbal e ideológica, presta a rechazar dardos apuntados en su contra; son sólo formas como los parecidos a objetos de las nubes una tarde cualquiera.

Sin embargo, hay asesinos del Cayapo interno. Son vistos disfrazados con pantalones de excelencia, camisas de productividad, chalecos de obligaciones sociales, medias de miedo, correas de corrección y zapatos de imposición. Piensan que El Cayapo es único y enfilan sus fuerzas contra el centro de nosotros como colectivo, para matarnos como individuos. A algunos los he visto celebrar la victoria completa, y dan por muerto cualquier intento de nuestra parte a ser otros. Pero otros celebran victorias más parciales, pero están seguros que han logrado infligirnos un gran daño. A los segundos les concedo estar más cerca de lo cierto: en efecto, cada día nuestra raza parece menos humanidad y mas agrupación de seres cáscara.

A mí mismo me afecta esta guerra en las trincheras del ser. Pienso que aún no ha muerto. El Cayapo que me habita permanece en latencia caminante, habitando unos resquicios en mi corazón que continúan con calor de afectos y soledades felices. Estoy seguro que nuestro Cayapo interior es una víscera (o las vísceras). Que no se nos extirpe nunca con el bisturí estructural, punta de fatalidad operado por el cirujano Sistema Único Permitido. Permanecer fiel a nuestro habitante sanguíneo y salvarlo no debe ser un compromiso postergable ni dable a la negociación con nadie ni con nada.

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