domingo, 24 de octubre de 2010

La Revolución sin Revolucionarios

La revolución no es el fin del mundo sino el comienzo de un sistema político-social construible entre todos, porque la revolución no continúa el capitalismo sino que inicia la transformación en todos los estamentos, donde éste vendió la esperanza a crédito como si fuese un automóvil último modelo. Todo, en aras de formar un nuevo ser humano más responsable con el colectivo, en el tiempo que le tocó vivir. Hasta que uno se conmueva más con la palabra pueblo que con el prestigio personal, con nuestro nombre. Por eso se construye una revolución, incluso así no sea habitable para nosotros, por el alto nivel de contaminación que nos han sembrado en los huesos. El capitalismo no forma revolucionarios, sino capitalistas, de eso está compuesto altamente nuestras últimas generaciones. El esfuerzo de vida, de comprensión y reacomodo de nuestra visión de personal a colectiva necesita de un gran factor: formación política-ideológica, no mediática.

La respuesta cultural revolucionaria a lo mejor puede aparecer desde los políticos o los intelectuales, pero inevitablemente desde el corazón del pueblo. La dificultad está en que el intelectual en vez de habitar la multitud anda regodeándose con su soledad. Allí el imperialismo lo conmueve por la vía del ego, le pasea en coche la vanidad, lo retrata para las páginas sociales y le sobrestima su individualismo. Para ese momento el egocentrismo del intelectual entra en contradicción con la emancipación de su pueblo.

Por otro lado ya no se trata de instaurar en este proceso revolucionario un realismo social en el arte, a la medida de otras experiencias revolucionarias sino la novedad natural como sugerencia de nuestra historia. En el capitalismo de cualquier cuño, la miseria, el dolor y el empobrecimiento cultural del pueblo, mientras más eterno más producen dinero a los dueños del sistema. En la revolución la esperanza no se espera, es ahora y entre todos.

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