domingo, 24 de octubre de 2010

La Escuela que Soñamos

Una escuela tiene que ser pequeña y cálida como un fogón. Cara a cara la mirada como los círculos ancestrales de los indígenas. No escondido detrás de otro, ocultando el miedo. Tiene que parecerse a un solar y estar cerca como la casa, hecha con materiales nobles, que traigan recuerdos y donde nadie te reciba con regaño. Una escuela si es que es necesaria, naturalmente ha de quererse, la disciplina debe ser el afecto, y no ha de jactarse de vencemos porque si se fracasa lo que se pierde es lo que uno más ama, el amor a lo humano y al planeta. Una escuela no puede ser masificada, de ser así es otro el objetivo: economizar o distraer. Una escuela si para algo sirve, es para ponerle palabras a lo ya vivido y abrazos a la soledad. Debe ser hermosa y hacer falta como una novia y desprendida como un sabio antiguo. No tiene porque hacernos perder el tiempo de la vida ni mentir, ni adoctrinar ni hacernos llorar, ya que las lágrimas entre la casa y la escuela no cabrían en los cráteres que guardan las aguas de la mar. Una escuela no debe llamarse escuela ni el maestro, maestro, sino un espacio donde aprender a conversar entre los que están allí y los que habitan afuera, sobre lo que es necesario conocer a su tiempo, en la vida. En fin, una escuela no es una escuela es un parque más, de tanto juego que le hace falta al ser humano en este mundo.

Conclusión:

Hay una sola escuela que sirve y es la que no existe. Hay un hombre nuevo que ya no vendrá. El planeta sólo es una bola de dinero o de estiércol, para el fin da lo mismo. Apenas sobreviven unos pocos seres en el universo dignos de ser oídos y siempre estarán cercanos a la muerte.

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