Es el tiempo de los juntos, de los apartados, de los relegados, de los que cargaron el poder en el lomo, de los que subterráneamente se hablaron y escucharon en la miseria sus dolores y sus sueños. Es el tiempo de nosotros, ustedes, los muchos, los mi primo, pariente, mi compaí, mi hermano del alma, comadre, cámara, camarita, compa, mi gente.
Es el tiempo de hablarnos en plural, con todos los colores y sabores, con todas las luces y oscuridades, con todas las risas y los llantos. No importa con cuanto atropello, apuro o desboque lo hagamos al principio, es el tiempo de cuando río crecido entra en conuco y lo preña, luego viene el trabajo calmo y los frutos frescos.
En este tiempo, hablaremos y nos escucharemos como sabemos, como siempre lo hemos hecho. Algunos que dicen estar con nosotros, hablan en lenguaje de corte, de gagos; como si todos usáramos palto y corbata, nos nombran (los mas cercanos) como “el pueblo”, “la mayoría”, “las masas” y los otros que un día también nos mencionaron de esa manera, hoy nos odian (siempre debieron habernos odiado) y nos califican como “chusma”, “turba”, “facinerosos”, “borrachos”, “flojos”, “vagos”, “pata en el suelo”, “sucios”, “zarrapastrosos”, “monos”, “lumpen”, “perraje”, “malandros.”
El lenguaje político, pertenece a un sector social que igual nutre a la derecha y a la izquierda, a los extremos y al centro. Es un lenguaje discriminatorio, interesado y acomodaticio, (de acuerdo con sus intereses el pueblo puede ser sacro o demoníaco, los compañeros de lucha pueden ser leales o traidores, no por la traición del principio o la idea sino por el interés no logrado). El lenguaje político es un lenguaje de «poder» cuando se refieren a nosotros, habla en sentido de pertenencia (nuestros indígenas, nuestros negros, nuestros pobres, nuestra juventud, nuestras mujeres, nuestro pueblo, etc.) como si fueran nuestros dueños, como si le perteneciéramos. Su filosofía es inexistente, por lo general son copias burdas aprehendidas de otras culturas universalmente dominantes o sustentadas en la ostentación del poder. En los últimos tiempos la moda y lo superfluo los condiciona: “neoliberalismo”, “Teología de la liberación”, “Marxismo”, “Globalización”, etcétera, son temas usados en cenáculos universitarios y académicos, sin que prive responsabilidad en el decir y el hacer. De esta manera el maestro no enseña, el médico no cura, el ingeniero no ingenia, y pare usted de contar.
Este sector social se avergüenza de vivir en Venezuela, de ser negro, indio, pero lo que más le molesta y le enerva es que nosotros nos dimos un presidente sambo igualito a nosotros. Desea con todas sus fuerzas escalar posiciones para irse al exterior, exaltan las bondades de cuanto país hay en el mundo para demostrar que no servimos. Su ignorancia no le permite escuchar el estrepitoso derrumbe del cadáver que quieren defender.
No se nos condene si sospechamos de los que nos nombran sin incluirse, aún cuando digan (y así sea) haber nacido entre nosotros.
Este tiempo pone al descubierto todas las máscaras, los disfraces, nadie puede ocultarse de nadie, nadie puede engañar a nadie, el lenguaje y sus formas no escapan a este hecho. Hoy descubrimos que el lenguaje del poder está viciado, no comunica, no informa, domina, desinforma. Sabemos que no es nuevo, que es antiguo, pero hoy es cuando lo sabemos, la revolución nos lo pone en el espejo, porque habita en nuestros cuerpos.
Este tiempo nos dice que el lenguaje del poder es académico, institucional, de números, repetitivo, sin sonido, sin armonía, sin ritmo, es monótono, numérico, frió como cadáver, enrevesado, acartonado, nos nombra a distancia y con miedo, tiene dos caras o tres o muchas de acuerdo a su interés, en fin el lenguaje del poder es el de los odiatras, (los nacidos del hambre, el miedo y la ignorancia) regañador y mandante.
En este tiempo los medios que transmitían se arrancaron las máscaras de la imparcialidad, la ecuanimidad, ya no pueden sostener la falsa idea de “medios de comunicación”, “ medios de información”, hoy sabemos en oído, vista y carne propia, que nos obligaron a tener un solo mensaje sin retruque, lo que significa incomunicación, desinformación. Hoy sabemos que no es por las circunstancias de la revolución, sino que siempre ha sido así, sólo que ahora los hechos nos hacen ver con claridad el verdadero interés que tienen y que han tenido los dueños de los medios que trasmiten y han difundido mensajes. Sabemos que sólo les interesa comprar, vender y acumular riquezas al menor costo posible, es decir, no pagar servicios públicos, (chantaje al estado) pagar bajos salarios a técnicos, obreros, periodistas y no pagar impuestos, estas tres vías de fácil riqueza.
Necesitamos un lenguaje múltiple por que no somos un solo pueblo, somos muchos pueblos, un lenguaje de infinitos canales, que descoloque el lenguaje único del poder. Necesitamos, el lenguaje de las orillas, de los escondrijos, de los subterráneos, un lenguaje que muestre todos sus colores y sabores.
Definitivamente ¡no necesitamos el lenguaje del poder! porque nosotros tenemos música, tenemos teatro, tenemos pinturas, tenemos baile, tenemos poesía, cuentos y por encima de todo, la carencia nos desarrolló una portentosa imaginación y la capacidad de reírnos desde el llanto, porque hemos sufrido todas las tragedias desde hace 500 años. Nuestro lenguaje será fresco, comunión, alegría, música, llanto auténtico, sin dobleces, con sus verdades duras o tiernas, sin confusión para saber a que atenernos, será un lenguaje fluido desde el corazón colectivo, porque la revolución de este tiempo será de los colectivos y para los colectivos, por que la fractura cultural será entre lo individual y lo colectivo en todo el planeta.
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